Retratados por Juan Ramón Jiménez en su libro Españoles de tres mundos, aparecen personajes que tuvieron relación con Galicia a través de artistas o literatos de la generación que llegó a la madurez personal e intelectual hacia la década del 30 del pasado siglo.
Me interesa el libro de Juan Ramón no sólo porque hubiese ignorado la diferencia entre caricatura y retrato de esos personajes, sino porque hubiese considerado españoles a gentes de distintas procedencias.
Quiero hablar, desde la misma perspectiva plural de Juan Ramón, de todas estas vidas que en tres o en infinitos mundos se cruzaron y se volvieron a cruzar, trenzando una peripecia vital única, enriquecedora, cosmopolita, desgarradora, en la que siempre Galicia está presente, pero en la que, están presentes también muchos otros acentos, lugares y personas, de las que surgieron obras únicas y que jamás habrían llegado a ser de ese modo de no haber sido así la historia, ni las circunstancias ni las vicisitudes personales. ¿Cómo si no en el exilio habría de convertirse en pintor Granell, o conocer a Marcel Duchamp o a André Bretón?, ¿cómo si no habría de llegar a ser secretario personal de Trujillo, para después denunciar su régimen en Una satrapía en el Caribe, José Almoina, «que se inclinaba bien, pero demasiado»[1], ¿cómo habría podido realizar Fernández Mazas los maravillosos dibujos de los primeros años de la década del 20, de no haber residido en Portugal y en Galicia los Delaunay, haber podido departir con Paszkiewicz, a quién habría conocido a través de la experiencia de Alfar?, ¿cuándo y de qué modo habrían llegado a París Manuel Colmeiro o Laxeiro, tan tardíamente respecto a la vanguardia? o, ¿cómo habría sido posible la obra de Lugrís de no haber existido previamente la de Francisco Miguel, que fue más mejicano o francés que propiamente gallego como no fuese para ser asesinado?
Mientras en Galicia se gestaba un modelo identitario en el que pudiese sustentarse el emergente regionalismo, la vanguardia o la modernidad quedaban lejos. Una y otra cuando su germen es auténtico, son contestadas desde esa consideración empobrecida; lo son incluso hoy[2]. En la segunda década del s. XX se encontraban tan lejos como lo están ahora, no sólo por la naturaleza social y económica de Galicia, sino porque aquellos a quienes preocupaba la idea de estética última, –los atareados por vivir su tiempo y con su tiempo– se encontraban en las antípodas ideológicas de otros que se empeñaban en construir una identidad.
No surgen las propuestas estéticas con voluntad de vanguardia en las primeras décadas del s. XX de una idea etnicista, o ruralista, sino que surgen de la ciudad, son enteramente urbanitas y, en Galicia entonces, –y eso a pesar de que Eugenio Montes, como irónicamente hace notar Juan Manuel Bonet, pretendiese hacer desde Orense una revista que se llamase Rascacielos– no se daban esas condiciones. Según Vilar Ponte, sólo la «enxebrización de las almas podría llevar al triunfo de Galicia».
Fue la modernidad en Galicia una modernidad tardía, la vanguardia sencillamente no se dio[3]. Quienes generaron poéticas de valor, más como búsqueda armónica, intuición o necesidad enteramente personal que como fruto de un medio especialmente fértil o enriquecedor, fueron individuos singulares. Sería conveniente recordar sobre este punto las opiniones de Francisco Miguel sintiéndose atrapado en su realidad e intentando huir continuamente de ella; interesándose por las artes aplicadas o por los procesos de producción seriada, como seña de auténtica modernidad en contraposición a la idea decimonónica de artista esencialmente inspirado[4]. La industria era en Galicia anecdótica. Las patentes si las había eran foráneas[5], los que generaron la tardía revolución industrial no eran gallegos, los creadores de Sargadelos, Antonio Raimundo Ibáñez o Luis de La Riva quedaban lejos, etc.
Sorprende pues, que cualquier referente cultural con que haya de teñirse siempre esta etapa histórica sea el de las distintas efemérides del santoral celebratorio identitario en el que, los perfectamente contemporáneos, los que eran conscientes y lúcidos, aquellos cuya obra revestía y reviste un mayor valor histórico, plástico o literario, aquellos cuya moral irreprochable los convirtió en víctimas, aparezcan ahora mezclados con muchos otros de quienes –no sin razón– huían, recelaban o se mantenían alejados. Me refiero a Luis Huici, Francisco Miguel, Alberto Vilanova, Manolo Méndez y otros que irán apareciendo a lo largo de estas líneas.
Respecto a quienes aportaron algo perfectamente coetáneo a la construcción de una Modernidad o una Vanguardia en (o incluso fuera de) Galicia ¿habría que tener en cuenta quienes vivieron aquí, que gestaron parte de su obra aquí y que amaron a Galicia y a sus gentes? como Loupot, Robert y Sonia Delaunay, Berta Singermann, Paskiewicz, Guilherme Filipe o, ¿serían gallegos tan sólo aquellos que nacieron en Galicia –fortuitamente– que no residieron nunca más aquí, ni manifestaron mayor vinculación con las coordenadas geográficas de su nacimiento, como la actriz María Casares, el pintor, pretendidamente surrealista, Pedro García de Lema, el escultor Cristino Mallo, el escritor cubano Lino Novás Calvo, –sorprendentemente reivindicado ahora desde web culturales del nacionalismo militante– que nunca escribió en gallego y nunca retornó a Galicia, aunque sí vino a vivir la guerra de España, al igual que Carlos Montenegro también cubano, rememorado como referente por Reinaldo Arenas y no reclamado todavía por el nacionalismo, que tampoco escribió en gallego, sino en la lengua de la vida, a la que fue abocado, en la que podía narrar cómo había matado a un hombre por haber abusado sexualmente de él, y cómo vivió una condena de quince años por asesinato? o, por idéntica razón ¿podría no considerarse gallega toda aquella obra que aún habiendo sido realizada por personas nacidas en Galicia y que se sentían tales, se produjo fuera de Galicia? o, ¿se incluirían tan sólo en la relación afamados artistas que hayan llegado al culmen o que habiendo destilado una esencia de belleza indiscutible, aunque geográficamente no aquí, pero tan señera que no se puede soslayar? Es el caso de Granell, cuya obra a pesar de hallarse en su práctica totalidad en Santiago de Compostela, y a pesar de hallarse tan lejos estética e ideológicamente de la que produjeron sus compañeros de generación nacidos en Galicia –los que practicaron lo que ha dado en llamarse “a estética do granito” desde los años cuarenta– (o precisamente por eso), es menospreciada deliberadamente o se deja que languidezca a través de la adulteración que de ella hacen los políticos, los advenedizos o los profesionales de la cultura.
¿Consideraríamos creador gallego a Ángel Ferrant, porque administrativamente trabajó aquí un tiempo y porque colaboró en Alfar? o, por razón tan peregrina como es que haya utilizado materiales en sus obras que aquí hubiese recogido?. ¿Consideraríamos gallego al caricaturista (más bien retratista de vanguardia) ZAS, seudónimo de José Delgado Úbeda, que plasma la fisonomía de gallegos de su época como la de Pablo Iglesias, la de la soprano Ofelia Nieto, la del doctor Doval, la del boxeador de fama internacional Andrés Balsa, la del general Martínez Anido, la del actor José Goyanes, la del juez José Rodríguez Carracido, y que si no lo fuese (gallego) tendría acaso alguna importancia? ¿Podría ser considerado gallego el crítico de arte madrileño y teórico del teatro Emilio Estévez Ortega que organiza la exposición internacional de arte español en Oslo en 1932, que es asesinado en 1936, y que se ocupa tanto de Galicia y de sus creadores?
Si de la producción plástica –que afortunadamente no necesita traducción– se pueden plantear todas estas consideraciones, la literatura cuyo vehículo es el idioma, presenta otras particularidades que es dable también analizar. ¿Cabría considerar autor gallego a Valle Inclán, a pesar de que se lo tomasen a chunga vanguardistas como Manuel Antonio o Cebreiro en el archisantificado manifiesto Máis Alá, a Camilo José Cela –a pesar de su faceta como delator, o, a pesar de que no haya la certeza de que hubiese podido escribir todas sus obras[6]– a Torrente Ballester, al periodista Julio Camba, a Wenceslao Fernández Flórez, al pensador y escritor vigués Ricardo Mella, que llegó a polemizar con Lombroso, y una de cuyas máximas era «No pongáis muros al pensamiento», o a los textos de 1922 de Mazas en La Zarpa que se anticiparon al surrealismo, o su posterior producción teatral entre los años 20 y 30, o muchos de los que escribieron en Alfar, y que lo hicieron en lengua castellana?
Mal que nos pese (a unos más que a otros), conforman todos ellos, diletantes o desmemoriados, afectos o desafectos, naturales y adoptados, legítimos o espurios respecto a Galicia, un mosaico que explica la realidad que se pretende mostrar, y en la que si huimos de lo que ha dado en considerarse lo políticamente correcto, desde el punto de vista que lo plantea Robert Hughes, es decir, desde la definición de unos parámetros que establezcan el grado de excelencia en la creación en las diferentes prácticas artísticas, sin tener en cuenta la adscripción al cupo correcto y debido, nos encontraríamos, tal vez, con una nómina distinta a la que es habitual.
Es la revista Alfar el proyecto cultural más importante que se plantea desde Galicia en esos años, no sólo por su calidad, ni por la trascendencia y notoriedad que alcanzarían muchos de los que colaboraron en su gestación, sino por la apertura a nuevas realidades que se estaban produciendo fuera de Galicia, también fuera de España, artísticas, literarias, estéticas o filosóficas. Esta voluntad por pertenecer al mundo que persiguen al mantener correspondencia con revistas como Manomètre de Malespine, o Nouvelles Littéraires era tan fuerte que acabaron arrastrando –al menos como corresponsales– a otros proyectos realizados desde Galicia como Nós, que se veían así en el mundo, aunque incómodos (o sorprendidos) al verse navegando en mares más anchos y profundos, en los que su identidad, (los límites en cuya seguridad deseaban constreñirse) se veía amenazada.
El hecho de que Alfar se editase en Galicia, dado que su animador Julio J. Casal estaba destinado aquí, así como la apertura a la colaboración de artistas, literatos y ensayistas gallegos, es anecdótica. De haber sido destinado Casal a cualquier otro lugar, hubiese realizado igualmente el proyecto, lo que no está tan claro es que participasen en él artistas gallegos.
Siguiendo el hilo que desenreda Juan Ramón en su libro, aparece Norah Borges, pintora y linoleísta que colabora en Alfar, casada con Guillermo de Torre de quién Mazas recibe en Orense una postal alabando sus dibujos. Hermana Norah de Jorge Luis Borges quien colabora junto a Cossío o a Rodríguez Sanjurjo, en la revista Síntesis que dirigía en Buenos Aires Xavier Bóveda. Aparece también retratado Ramón Gómez de la Serna quien según Eugenio Montes guardaba dibujos de Mazas; aparece igualmente reseñado Montes de quien Juan Ramón dice que, «Cuando le conocí, bailaba el tango más que la poesía», era el mismo Montes que años después enviaba una carta a Portugal, a donde había huido Álvaro de las Casas, en la que le proponía ser el intelectual del régimen en Portugal, dados sus contactos ya que, «El éxito de la hora es Falange». Álvaro de las Casas optó por el exilio. Aparece también Francisco Bores, «Morenito labrado», que «..pinta y pinta, echado sin sueño en el tiempo, río al futuro, las yemas de los dedos por pinceles», que hizo tantos y tan bellos linóleums para Alfar, que compartió estudio en Madrid con Mazas, de quien recibe un saludo desde París en una carta de Pancho Cossío en la que lo invita a unirse a ellos. Eduardo Vicente, que ilustraría la novela La Marcha Humana del periodista Lorenzo Garza, ycompañero madrileño de tantos gallegos y artistas que en los efervescentes años de la República residían en Madrid, que aparece en algunas de las cartas que desde allí le fueron enviadas a Mazas reclamando su presencia de nuevo en la capital de donde había huido en una de sus crisis, y que firman entre otros, Nóvoa Santos, Guillermo Kroll, el argentino socialista que en la época de Perón tuvo que exiliarse a Venezuela y de quien no sabemos si allí tuvo contacto con los amigos gallegos que había conocido en Madrid. Amigos como Fernández Mezquita, Jefe de la estación de Delicias en Madrid, trostkysta, amante de Maruja Mallo, quién lo recuerda encarcelado junto a Johan Carballeira, el alcalde de Bueu fusilado (amigo del primeramente galleguista luego falangista, Torrente Ballester), en su texto Alameda de la muerte. Maruja, tan reivindicada ahora, que ocupa su lugar, más que como artista como mujer, perteneciendo a la minoría a la que “debe” ser adscrita en la vorágine de lo políticamente correcto, hasta tal punto que incluso ha llegado a ser Maruxa Mallo. Fernández Mezquita, diplomático junto a su amigo Rómulo Gallegos, protagonista de la novela Mientras esperamos II de Carlos Gurméndez, el filósofo Uruguayo casado con Emilia, la funcionaria coruñesa represaliada por hacer ondear una bandera republicana en un organismo público, hija del capitán Patiño, fusilado por haber permanecido fiel a la República, o con Juan Astorga Anta profesor del Liceo Francés en Madrid, que fundó el Museo de Arte contemporáneo de Mérida, en Venezuela, que aparece en medio de las memorias familiares Los Baroja de Julio Caro y es reseñado muchas veces por Borobó en sus artículos, que fue amigo de Valerio Adami o de Eduardo Arroyo; por Manuel Alejandro Raimúndez, catedrático de geografía en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Barcelona quién durante muchos años fue Jefe de Programación en la Emisora en Español de la BBC, donde tuvo que lidiar con la atmósfera revuelta de consignas contradictorias e interesadas del país de acogida[7] y esquivar las estocadas de Augusto Assía, comunista convencido hasta bien entrados los años treinta, como relata Vicente Risco en Mitteleuropa, extremo que también corrobora el pintor y dibujante trostkysta Andrés Colombo en sus memorias, quien dice de él que «Hablaba de los planes quinquenales rusos con la facilidad y fruición que cualquiera se traga un helado en pleno verano. El tiempo nos fue peneirando»; pero que años después sería condecorado con la real Orden del Imperio Británico (firmada por la Reina) no se sabe si por los sabotajes a los que había sometido a Raimúndez, o por haber sido expulsado de Alemania por Goebbels, o por haberse presentado voluntario en el bando franquista en la Guerra Civil Española (claro está que en la Guerra Civil Española, incluso llegó a ser condecorado por Franco Kim Philby). Aparece en Alemania entonces, también reseñado por Risco, Ramón Ayala, compañero de exilio de Granell, autor por entonces, de un novedoso ensayo: Indagación del cinema del que estéticamente, cómo no, Risco recela.
Retrata igualmente Juan Ramón, a Manuel B. Cossío de quien José Ángel Valente explica que tuvo «… muy honda predilección por el cielo y la luz del norte, más propicios al escondido matiz, a la varia entonación, a los movedizos perfiles, que a la invasión solar de la meseta» o Francisco Giner al que también Valente retrata a través de Cossío y que en el mismo lugar de Galicia donde su discípulo redactara su libro sobre El Greco, él escribe sus últimos estudios, e incluso allí nace su primer nieto, o Federico de Onís a quien Primitivo Rodríguez Sanjurjo, profesor en la Cornell University dedica su libro Escenas de Gigantomaquia en un tempranísimo y orensano 1923, ya de regreso de Estados Unidos. Es reseñado Onís también, por Eugenio Fernández Granell en La Leyenda de Lorca y otros escritos, donde cuenta como se extraviaron en una enorme finca que éste poseía en Puerto Rico y a donde Granell había ido a visitar a Juan Ramón y parece que ya, el círculo se cierra.
Hay muchos personajes que no dibuja Juan Ramón, que aguardan a ser descubiertos, agazapados en la penumbra de la historia, haciéndonos guiños a través de su honesta trayectoria. Tal es el caso de Manuel Martínez Risco, físico, colaborador en Amsterdam de Pieter Zeeman, premio Nobel de Física en 1902, corresponsal de Ramón y Cajal, profesor de Óptica en la Universidad de Madrid e investigador en el CSIC, miembro muy significado del Ateneo Madrileño, diputado por el partido de Azaña Acción Republicana, quien demostró matemáticamente que el escaño de diputado que le correspondía al nacionalista Alexandre Bóveda le había sido adjudicado a Calvo Sotelo merced a un pucherazo[8], y de cuyos enseres, escritos y vivienda en Madrid se apropió el falangista Ulpiano Iglesias, abuelo y bisabuelo respectivamente de los cantantes Iglesias, Julio y Enrique; Jacinto Santiago, catedrático de la Escuela Normal de Magisterio, director del semanario La República, en el que colaboraban: Isaac Abeytua, Benigno Álvarez, abad de Beiro, fundador del diario La Zarpa, magnífico periódico tanto por sus contenidos plásticos, como por los periodísticos y literarios, quien en alguna ocasión dijo que «hay veces en que la dinamita huele a incienso»; Álvaro de las Casas, republicano y galleguista, pero también infanzón de la Cofradía de Illescas y Gentilhombre de su Majestad, autor de una no muy conocida y encantadora novelita: Xornadas de Bastián Albor, quizás la primera en gallego en la que aparece, con discreción, una auto-apreciación homosexual; Roberto Castrovido, periodista republicano madrileño, director de El País, que apoyó las luchas antiforales; López Cuevillas, arqueólogo y miembro destacado del grupo Nós, pero también funcionario de Hacienda desde donde ejercía, con una perspectiva de profundo conocimiento del país y desde un sentimiento cristiano, un terrorismo institucional admirable y que toda vez que se conoce no puede despertar sino admiración y simpatía; Manuel Casado Nieto, abogado en Barcelona y autor de dos novelas ambientadas en los años previos a la Guerra Civil La turbia corriente y Un lugar en el tiempo; Rafael Dieste, que además de lo que fue, fue también un estupendo dibujante, Marcelino Domínguez, Edmundo Estévez, periodista y abogado, gobernador civil de León durante la República, reseñado al igual que Astorga, por Julio Caro en Los Baroja; Ignacio Herrero Fuentes, maestro, inventor del método ciclográfico para enseñar a leer a los niños, quién después de una rocambolesca huida a través de Portugal, acabó por nacionalizarse panameño y trabajar de pintor y de fotógrafo en un cabaret nocturno, pasando por Curaçao, antes de llegar a Venezuela, donde se nacionaliza otra vez y en donde acaba por trabajar nuevamente como profesor; Alejandro Lerroux, Eloy Luis André, filósofo formado en Alemania, periodista anticaciquil, autor de la famosa variante André, para la línea de ferrocarril Orense–Zamora; Albino Núñez, catedrático de la escuela Normal de Magisterio represaliado, y autor de versitos satíricos a Vicente Risco; Raúl Rolland, Ángel Sanblancat, José Soler, Luis Soto, Manuel Suárez, Luis de Tapia, Baltasar Vázquez, Eduardo Villot Canal, líder de las Juventudes Socialistas y funcionario de estadística, quién fue ejecutado lo mismo que sus primos Manuel y Ramón Fuentes Canal. Fue director asimismo Jacinto Santiago de la revista de pedagogía Escuela de Trabajo, con un diseño tipográfico cercano a principios Bauhaus, en el que se publicaron varios dibujos de Ramón Gaya ilustrando un artículo de Ernesto Gómez del Valle en el que comentaba el paso de las Misiones Pedagógicas por Galicia.
No creo que tuviese conocimiento Jacinto Santiago de la famosa tarjeta publicada por Juan Larrea y César Vallejo en la revista Favorables, en París, en la que pedían hostilidad por parte de los que manifestasen desacuerdo con ellos, y, sin embargo, muchos de sus artículos responden a esa voluntad de transgredir y molestar. Un tipo al que le fastidiaban las gaitas y su estética o el tañido de las campanas de la catedral[9], forzosamente debía ser ejecutado, pues no casaba con el país, ni con lo que del país asimiló el franquismo y, cuya continuación estética de lo que fueron los coros y danzas del frente de juventudes sufrimos todavía en Diputaciones Provinciales, o en asociaciones culturales a través de las que se canaliza el pago del voto cautivo. Esa actitud antes de 1930 provocadora y lúcida era profundamente vanguardista; en la actualidad sería impensable.
De muchos otros hay todavía menos datos y más peregrinas biografías, el pintor coruñés Crisanto Garrote, favorablemente reseñado en P.A.N. por Mazas, que asesinó a su novia y que después se suicidó, algunos de cuyos dibujos están en manos de la familia de la desafortunada muchacha. Alberto Vilanova, investigador sin el que hubiese sido mucho más difícil realizar la Enciclopedia Gallega, de cuyas fichas y del resto de su magnífica biblioteca –de lo que no dejó en Argentina, su país de acogida– se aprovechan hoy historiadores que le darían náuseas. Exiliado en los cincuenta por falta de horizonte intelectual, en medio de un árido franquismo, quien en una carta escrita en 1981 a un amigo preguntaba, si todavía existía en Orense la calle de José Antonio y se respondía a sí mismo: «¡No me extraña en esa democracia de mierda!», que hacía referencia en otra de sus cartas a los amigos de aquella época todavía en la diáspora, entre los que nombraba a Otero Espasandín, colaborador de las Misiones Pedagógicas junto a Rafael Dieste, Arturo Serrano Plaja, Antonio Sanchez Barbudo y Ramón Gaya, posteriormente funcionario internacional en Estados Unidos. Pepe Suárez, fotógrafo, republicano siempre, quien fotografió a Unamuno y fue un estupendo esquiador, que le espetó al multimillonario Bemberg que intentaba ayudarlo:«yo no he venido al mundo a ganar dinero», viajero por medio mundo, muy especialmente en Japón, a donde hubiese querido ir a morir, país del que tenía pasaporte por ser ciudadano honorario, y donde llegó a ser amigo y ayudante de fotografía ocasional de Kurosawa. Rubia Barcia, guionista de Buñuel, autor de unas interesantes memorias; el poeta Augusto de las Casas, hermano de Álvaro, creador junto a Fernández Mazas de la editorial Galaxia original, que publicó en 1932 el libro de poemas O vento Segrel, o en 1933 en Ínsula «Madrigal a las seis de la tarde», que fue antologado por Santos Torroella o editado por Celso Emilio Ferreiro en la colección Salnés, tan injustamente olvidado. Aurora Rodríguez Carballeira, proveniente de una familia de masones y librepensadores de Ferrol, feminista que pone en práctica su ideal educativo engendrando y educando a Hildegart, brillantísima abogada, escritora y política a quién acaba asesinando; Pepito Arriola, hermano de Aurora y tío de Hildegart, concertista de piano de fama internacional; el pintor José Palmeiro Martínez, cuyo primer marchante fue el danés Karl Klausen y ya en 1933 tenía un contrato con la galería Bernheim de París, cuyas opiniones en el “Inquérito a los pintores”[10] tan lúcidas, testimonian que su pintura no es tan mala como pretenden algunos críticos, o en todo caso no es peor que la que muestran Antoni Clavé, o Viñes junto a la suya, y a la de Picasso, Oscar Domínguez, Luis Fernández, etc, en la exposición de Españoles de París en Praga, en 1946. Emilio Mosteiro, diplomático, perdido en Belgrado primero y en la Europa convulsa de la Segunda Guerra Mundial después, autor antes de 1936 de versos en tres idiomas, versos como: «Los viajes del ascensor son perpendiculares a los del metro y paralelos a los de los días que olvidaron su número».
Y así es, ha habido multitud de personajes cuyos días han olvidado su número. Habrá habido, con seguridad, muchos otros de los que no he tenido noticia, extraviados en las complicadas sendas de tres mundos o, en las más recónditas todavía, estancias de la desmemoria. Una vasta galería de sombras que habitan en el tiempo.
* Debo el título del artículo a Juan Ramón Jiménez, el subtítulo a Ricardo Gullón.
[1] Galíndez. Manuel Vázquez Montalbán. Seix Barral. Biblioteca Breve, Barcelona, 1990.
[2] Me remito a las opiniones y reseñas aparecidas en la prensa a raíz de la exposición de Boltansky en Santo Domingo de Bonaval. De variar esos intelectuales ese posicionamiento retrógrado, habrían de encontrarse con una muy seria contradicción. Siempre ese mal gusto gregario y militante. Respecto a lo que debía entenderse por arte en Galicia, en las primeras décadas del s. XX es muy conocida la opinión tanto de Risco como de Castelao y ha sido recogido y detalladamente explicado en trabajos, como Arte y Nacionalismo. La vanguardia Histórica Gallega de X. Antón Castro. Edicións do Castro, Sada, 1992
[3] Vicente Risco, a pesar de las contradicciones inherentes a su propio pensamiento, fue el único que planteó que, para ser auténticamente originales en la gestación de lo nuevo se necesitaba generar una estética rupturista pero surgida del propio acervo. Aunque, como acabamos de ver, lo nuevo se estaba generando desde una perspectiva totalmente distinta a lo que Risco proponía, cosa que Risco sabía muy bien. En su artículo “Cosmopolitismo y Universalismo”, publicado en A Nosa Terra en 1918, dice: « …no asimilarse a los valores ya creados por otros pueblos, como el que se viste en un bazar de ropas hechas, sino al contrario… .No aspirar a cosmopolitizar Galicia sino a galleguizar el mundo. Esto como tendencia». Lo que no calculó fue la falta de potencia para realizar lo que proponía, tanto desde la capacidad y clarividencia de los artistas que debían generarla –por no hablar de las divergencias ideológicas en cuanto al planteamiento que proponía, (véase el caso de Mazas o de Francisco Miguel)–, como de una ausencia de una burguesía culta, comprometida y consciente que estuviese dispuesta a financiarla. Pero en definitiva lo que Risco plantea es una endogamia, algo radicalmente distinto a lo que proponía Manuel Maples Arce en la hoja volante estridentista Actual nº1 –modelo que una década después se copiaría en Galicia con Resol– cuando proponía a sus compatriotas “Cosmopoliticémonos”. Sorprende que apareciese Risco incluido en el Directorio de Vanguardia del citado número.
[4] En el artículo de Francisco Miguel: Una visita al 35ª Salon des artistes independents, escrito en París el 3 de marzo de 1924 y publicado en Alfar, año IV, marzo de 1924, número 38 y en las primeras líneas dice: «Llegando a París después de unos meses de aislamiento en un rincón de España…»
[5] Es imposible que pudiese encontrar Francisco Miguel en Galicia lo que necesitaba. Podría aprender técnicas artísticas seriadas en París, podía estar en la vanguardia más puntual y deslumbrante, pero Galicia no podía proporcionarle la industria que pudiese desarrollar y producir todo lo que él imaginase. Tampoco podía ofrecerle clientela, por las razones explicadas en el texto.
La fabricación de automóviles que se dio muy tempranamente en Chavín (Lugo) por parte de la empresa Barros Chavín, quien los producía bajo patente francesa De Dion Buton. Fabricó también con posterioridad camiones bajo patente Volvo. Aunque a partir de finales de la segunda década del XX, 1928 o 1930 los ingenieros franceses que vinieron a montar la fábrica se marcharon y quedó en manos gallegas el diseño y la delineación de carrocerías desde aquel momento, no de componentes mecánicos. No hubo un diseño propio, al menos en el campo automovilístico como el que se da en España a partir de los años cincuenta, algo similar al fenómeno Barreiros, o a los maravillosos diseños de Ricart para Pegaso.
Merece atención el caso de Manuel Malingre Parmentier, un belga instalado en Ourense, quien realiza fundición artística –Benlliure, trabajaba mucho con él, también Asorey– e industrial, fabrica cocinas, y llega a exportar maquinaria industrial, incluso popularizó un diseño de pote belga, que llegaría a convertirse en seña identitaria gallega, (desde un tipismo arquetípico comparable al del hórreo, la gaita o los zuecos) a pesar de que al igual que el arte de vanguardia, el pote era un standard de fundición conocido en todas partes, y a pesar de que ya había sido fabricado anteriormente por Sargadelos. No llegan a alcanzar, éstos la popularidad y difusión que alcanza el de Malingre. Existe también un pequeño opúsculo de fundiciones Franco en Santiago de Compostela, explicando como proceder a su fabricación.
[6] Algún artículo de Javier Cercas toca el tema. También lo recoge de refilón en su libro de artículos Entre paréntesis, Roberto Bolaño. Es Miguel García Posadas quién lo trata más pormenorizadamente en Babelia el Suplemento de Cultura del diario El País de 1 de mayo de 1993. Respecto a la faceta como delator, ha circulado profusamente la copia de un documento firmado por Cela el 30 de marzo de 1938 y presentado al Excelentísimo Sr. Comisario General de Investigación y Propaganda, en La Coruña.
8«….consignas de propaganda del Ministerio de la Información Británico, el cual había prohibido estrictamente a los locutores de la influyente radio británica atacar al general Franco o criticar de manera directa el régimen dictatorial español»Un exiliado de tercera. En París durante la Segunda Guerra Mundial. Carles Fontseré, El Acantilado, Barcelona, 2004.
[8] Ciencia e galeguidade na Segunda República. Baldomero Cores Trasmonte. Xunta de Galicia, Servicio Central de Publicacións, Santiago de Compostela, 1989.
[9] Ver Jacinto Santiago por Juan Tallón. Colección As Barxas. Ourense, 1998.
[10] Pintura Actual en Galicia. Colección Grial, nº 2. Galaxia, Vigo, 1951.
Publicado en A Galicia Moderna, 1916-1936.Centro de Arte Moderna, Santiago de Compostela. 16 de decembro 2004- 20 marzo 2005. Círculo de Bellas Artes Madrid, 14 de abril-22 de mayo 2005.