MEMORIA, MUERTE, PALABRA

¿Podréis oh nuestra fuerza y nuestra gloria

abrir brecha en el muro de los muertos?

Bonnefoy

 

Para todos la muerte tiene una mirada

Pavese

 

 

 

Perseguir la belleza a través del lenguaje, a través de las imágenes, no es sino una forma poética de perdurar, de “abrir brecha en el muro de los muertos”, de aniquilar la desmemoria, una de las caras de la muerte. Acecha el creador sus bordes emboscado en las palabras (o en los signos) que, como antorchas, alejan la tiniebla y permiten ver con nitidez lo que ya ha sido, lo que está siendo sucedido y lo que vendrá.

Es la memoria la que aniquila a la muerte, la que nutre la creación.

 

Es un designio cultural determinante el concepto de muerte. No la explica el credo intelectual o la tendencia ideológica . Atemoriza, a pesar de los paliativos que la religión y la cultura han extendido como un bálsamo, al ser ineludible. Es, “El temor a una reabsorción en la nada” (Gildebrand), por tanto ausencia de memoria, no del recuerdo que pudiera quedar de quienes fuimos o de lo que hicimos, sino ausencia de algo más profundo: desaparición de la conciencia como ente consciente que se piensa.

 

Inmerso el artista en la maraña de significados y de significantes que cree controlar y manipular, no hace sino liberar potencias de las que es mero vehículo. A través suyo el mito se expresa a sí mismo. No importa la técnica o los medios que haya utilizado.

 

¿Cabe hablar de una moral del esfuerzo en la materialización de la idea? ¿Cuál sería el concepto de lo auténtico? ¿Son válidos todos los lenguajes, siempre que su visualidad no enmascare la falta de discurso, la endeblez de pensamiento? ¿Puede un recurso visual deslumbrante convertirse en resultado artístico aunque carezca de coherencia?

 

La metáfora gráfica, tan manida ya, de una piedad –además negra , como un guiño endeble a lo políticamente correcto– ¿representa acertadamente la esencia y el horror de la muerte?, ¿es un icono repleto de modernidad?, ¿es la más certera representación de la muerte, o más bien una misse en scène, no en la que el artista se diluye buscando que desaparezca su rastro y su conciencia para que su obra rasgue el velo de la muerte, sino como una representación canónica del ideal narcisista, en la que mira desde el más allá para verse dramáticamente amortajado como héroe de la imaginación y de la imagen, como un imprescindible abridor de nuevos surcos de significación y referencia, mientras es llorada su desaparición irremediable?.

 

 

Quien carece de memoria, carece de pasado, carece de historia. ¿Cómo puede reflexionar plásticamente quien carece de memoria?, ¿cómo puede crear alguien sin memoria?, ¿cómo puede enfrentarse pues creativo, al hecho de la muerte como tema o como pretexto?.

 

«Sin el aporte de la historia, –de la memoria– no puede haber modernidad… (…) … No es difícil deducir que en la modernidad le resulte al hombre imposible realizar una labor creadora»(Arroyo).

 

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«Todo aquello que no se nombra no existe, es la palabra la que crea, la que da existencia a las cosas» (Lacan)

 

Siempre habrá desheredados para la historia, protagonistas verdaderos e inexistentes por ignorados, por deliberadamente ignorados, por no pronunciados. La historia se escribe y se reescribe. Terrible padecerla, ningún caudal divino o humano va a ser capaz de cambiar su curso. El presente se cimienta en las mentiras pasadas. Se conjuran los necios contra el honesto, contra el justo, contra el soñador y, si con el tiempo es posible reconocer la oreja de Van Gogh (Schnabel en Basquiat), serán otros necios venideros quienes vuelvan a matarlo apropiándoselo, quienes enloden su legado o pensamiento, su valor. Será ese el único modo en que se sientan significantes, único modo en el que crean poder expiar las culpas de los que son herederos en la mediocridad y en la ignominia, haciendo que, siempre igual, la rueda del tiempo gire inagotable.

 

Todo lo que no se publica no existe. Una memoria selectiva controlada por el poder, por la costumbre, por un grupo, determina lo que es dable que exista o que no exista. ¿Cuál es la respuesta del creador ninguneado para la historia?, ¿negarse él mismo?, ¿ocultarse?, ¿deliberadamente instalarse en las «regiones inferiores», (Vila Matas sobre Robert Musil) por exquisita sensibilidad?, ¿ imbuir «postumidad» en su obra, aún inconscientemente o de un modo no querido, incapaz de hacerla de otro modo a pesar de las funestas consecuencias que podría acarrearle?, ¿dotarla de una potencia que detonará póstumamente, tal vez si halle receptores adecuados a su arte o a su mensaje?. Más que Musil, Adolf Muschg o Ludwig Hohl así lo hicieron ¿Era esa su manera de situarse al lado del ángel de la historia de Benjamin?, ¿eran ellos el ángel mismo, que intentaba que su obra no pasase a engrosar el montón de ruinas que habría de precipitarles hacia el porvenir?; ¿sería la suya una suerte de retractación o de esfuerzo que intentase, infructuosamente detener el progreso o, simplemente habrían captado el sentido de la historia ofreciendo una respuesta totalmente lúcida al negarse a participar en ella y sin embargo sucumbiendo a través de su rastro inevitable, inermes ante futuros admiradores – traidores?.

 

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«El hombre santo besó a un mahometano

sin vomitar

y dijo:

Soy perfecto.

 

Gratias agimus tibi por haberme hecho

Capaz de ser heroico hasta este extremo

Y poder exhibirlo.»

Valente

 

Amparados en la corrección política, exhiben impúdicamente los artistas sus convicciones heroicas. Son perfectos. Aquello que les repugna, –secretamente– constituye el corazón mismo de su discurso estético. Vivimos tiempos confusos. La comodidad nos rodea. Somos blandos. Los bárbaros nos invaden: ¡pobrecillos, tienen razón en todo, tienen hambre y nada que perder, son jóvenes y temerarios!, y nosotros, ¡somos tan comprensivos, tan demócratas, tan decadentes!

Convendría a todo artista, un baño de realidad en el que sumergirse. No sería mala elección la del Islam. Un pequeño «bocado de realidad»(Ginsberg) islámico, sin conservantes, ni colorantes, para que quede todo dicho, para que no sea preciso después, analizar nada a la divagadora luz de la falsa moral occidental, prudente y mesurada, paternalista y condescendiente, tan vomitivamente plena de corrección, como abiertamente cursi en su representación.

 

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“Nada tengo que ver con este país ni con su lengua, que utilizo lo menos posible. Así reviente…. he terminado definitivamente con él”

Kurt Tucholsky

 

 

Combatir el gregarismo, levantar orgullosamente los jirones prendidos en el mástil como símbolo ridículo, como antibandera, como metáfora de la vida que nos hace “expertos al fin en todas las derrotas”(Valente). Desertar, “tan sólo al desertar soy fiel”(Celan), la desesperación o los recuerdos, la condición humana siempre cambiante. El puente Mirabeau, y todo el horror vivido tiempo antes empujando, el horror verdadero, no importa qué oscuro Sena como solución definitiva, como final de un viaje de zozobra y pesadumbre, unas cápsulas de cianuro, una pistola en la sien o en la boca, o a dentelladas, arrancando medio rostro al enemigo para provocar que utilice su arma, para responsabilizarlo como asesino de una muerte buscada y honorable, como la de José de la Torre, arrojado después de 17 puñaladas desde un balcón, en 1936, “et quels amours”.

 

Las ruinas de Europa, acechantes en el ánimo, la culpa por haber sobrevivido, el suicidio como única salida al “malheur”, a pesar del miedo a la muerte, también la culpa por no haber seguido una suerte segura, por haber sido insolidarios en la desdicha, en la muerte. La época feliz a la que habían pertenecido, la juventud perdida. Suicidar los recuerdos, los momentos contenidos de desesperanza y de dolor, pero también de gloria, de plenitud y de dicha.

No es la desesperación la que fuerza a estos suicidas, sino el hecho de negar lo mejor de sí a quienes quedan, que a lo mejor ya es nada, porque todos aquellos a los que amaba el suicida pertenecen ya al reino de las sombras. Es la negación de la última patria prescindible: el cuerpo, libre y sin contornos. Negárselo a la Patria, inutilizar aquello que la nación o el estado cree que le pertenece y que puede usar, manipular, vender, comprar.

 

No comprometerse ¿con qué idea, con que sevicia colectiva así al desertar?, ¿con qué identidad grupal igualadora?, ¿con qué orden? “Tan solo al desertar soy fiel”(Celan) de nuevo, qué paradoja, ¿cuál es la bandera tras la que marchar obediente?, ¿cuál la tierra?, ¿cuál la Patria?. Si todo cambia, como las fronteras del país al que perteneció o creyó pertenecer Celan algún día, arrasado por la historia, o al país o a la ciudad a la que allá entonces, creyó pertenecer Valente, arrasada por los constructores –que igualmente se acabaron suicidando–, éstos por cobardía, (alguien los había desplazado en el corrupto escalafón); tanta lealtad, tanta consecuencia, tanta fidelidad, ¿por qué, a qué, a quién, de qué modo.?

 

 

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