ADEREZO RITUAL (En una exposición de fotografía de Manolo Vilariño)

Sombras que se abren,

un animal muerto, aún maravilloso.

La ofrenda,

su dúctil plasticidad

antes del rigor mortis,

materia de trabajo

justo en el vértice

donde comienza la degradación.

 

Hay una luz.

No ilumina estancia alguna

tampoco desvela el signo,

sólo la fugacidad que atinge

toda cosa.

 

Bodegones, despojos,

lo efímero para expresar lo efímero.

El color contrasta con la muerte:

un soplo de vida

de duración vegetal.

 

Sombras diluidas

de las que la forma huye.

Una estructura ósea, cobijo.

Un ser dubitativo precisa disponer,

leer antes de que el ojo lea.

 

Hay una luz que guía,

vestigio esencial,

pero también declina

gobernada por el tiempo.

De su duración no queda

sino instalarse en la retina,

traslúcida va

a punto de perderse.

 

De la no consumación

grises rescoldos

en los que habitó la llama.

Brasas fueron

un alma tienen todavía,

un resto de materia fenecida.

Inalterable parece

y en cambio yace súbita.

 

Veloz la rama y viva.

Inerte el pájaro de color repleto

aún cadáver parece estar en movimiento.

Aderezo ritual

que conjura

muerte, belleza y forma.

 

Todo es materia

hasta la aniquilación.

Sus pasos intermedios

convierte en trazo

el manipulador, y los congela.

 

24. 03. 2007

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