Sombras que se abren,
un animal muerto, aún maravilloso.
La ofrenda,
su dúctil plasticidad
antes del rigor mortis,
materia de trabajo
justo en el vértice
donde comienza la degradación.
Hay una luz.
No ilumina estancia alguna
tampoco desvela el signo,
sólo la fugacidad que atinge
toda cosa.
Bodegones, despojos,
lo efímero para expresar lo efímero.
El color contrasta con la muerte:
un soplo de vida
de duración vegetal.
Sombras diluidas
de las que la forma huye.
Una estructura ósea, cobijo.
Un ser dubitativo precisa disponer,
leer antes de que el ojo lea.
Hay una luz que guía,
vestigio esencial,
pero también declina
gobernada por el tiempo.
De su duración no queda
sino instalarse en la retina,
traslúcida va
a punto de perderse.
De la no consumación
grises rescoldos
en los que habitó la llama.
Brasas fueron
un alma tienen todavía,
un resto de materia fenecida.
Inalterable parece
y en cambio yace súbita.
Veloz la rama y viva.
Inerte el pájaro de color repleto
aún cadáver parece estar en movimiento.
Aderezo ritual
que conjura
muerte, belleza y forma.
Todo es materia
hasta la aniquilación.
Sus pasos intermedios
convierte en trazo
el manipulador, y los congela.
24. 03. 2007