DRADOS EN INVERNÍA

A José Ángel Valente, que se fue sin poder ayudarnos a recuperar todo esto que también era suyo.

 A Armando Fernández Mazas, que le hubiera gustado verlo.

 A Áida, porque vive y el recuerdo vive en ella.

 

«¿Dónde? Allende. Tierra de allende,   nuestra tierra. Y más allá de allende, y allende de allende.»

«¿Sembrar aquí qué forma o qué semilla?»

José Ángel Valente

 

La carretera transcurre, desde A Rúa en Petín, entre quebradas, despeñaderos de jara y carrascos, abruptos roquedales milagrosamente en equilibrio sobre las simas, espesos matorrales de brezo y tojo, hilos de agua en caprichoso curso cayendo libres desde las cumbres, desmontes de pizarra a corazón vivo.

El viajero, amodorrado, soporta pacientemente la lentitud del autobús. El cambio entra con dificultad, cruje la marcha en el estruendo de la reducción. Una sacudida brusca y brama el motor. Espeso humo azul y negro de combustible mal quemado revolotea en torno. Es una nube, que entra por todos los resquicios, dejando en la boca un sabor espumoso y amargo. Fatigosamente el ómnibus afronta las pronunciadas cuestas.

Ajeno a la conversación del resto del pasaje, el viajero, apoya la cabeza en el frío cristal empañado, donde las gotas de lluvia se van depositando. La mirada, perdida, entre un punto indefinido siempre cambiante del paisaje, y las gomas gastadas, llenas de verdín y óxido, de las traqueteantes ventanillas. Envolvente, el murmullo en acento de su mismo origen, no hace sino sumirlo de nuevo en recuerdos imprecisos: la molestia en el brazo todavía dolorido después de la intervención; las doscientas pesetas que adeuda a Sebastián Martínez Risco, quién había adelantado el dinero para pagar a un médico abusivo, también para el viaje; en las cafeterías desiertas de un Madrid devastado al que llegara con salvoconducto desde Valencia, y donde, casualmente, como una sombra de sí, del tiempo anterior a la guerra que con otros compartieran, había encontrado a Eusebio García Luengo: hablaron del argumento de “Los cuernos disparatados”; era todo un sin sentido; mantenía, con dolor y esfuerzo, una “imagen de sobriedad y de pureza”[1], consciente de la conmiseración que desprendía su persona, del impacto que producían en el interlocutor sus confidencias super secretas sobre la bondad de los frutos secos como solución al envenenamiento por parte del clero, que veía en él una amenaza. Pero ¿cómo albergar un recuerdo mínimo de lo que habían sido, de la circunstancia que les permitía reconocerse y trabar conversación; sobre las ruinas de qué recuerdo, tal vez sobre aquel que de él guardaba García Luengo: el de “un filósofo entre Sócrates y Buda, que inmóvil permanecía durante horas con las manos apoyadas en el asiento, hablando con una voz suave pero de penetrante persuasión”[2]. Ahora, a finales de 1939, era solo un desorientado que antes de la guerra practicara la boutade y la ironía, que había intentado buscar el sustento a través de su trabajo para Misiones Pedagógicas :“Lucho, me gano la vida y espero romper la frialdad de las gentes en torno a mi, a mi pintura …   … Perezoso como nadie, hoy he trabajado 7 horas, pintando decoraciones para el guiñol de Misiones”. Ahora, debería sobrevivir en un país de curas, de falangistas, de estraperlistas, de vencedores… él, que era un perfecto inútil.

Con dificultad, sorteaba mínimo el autobús cunetas poco tiempo atrás sembradas de cadáveres. Nombres de amigos: Paradela,[3] a quién se prendió fuego para, una vez antorcha, ser ametrallado, en las imposibles curvas de Larouco; Jacinto Santiago, durante años acogido en el camposanto de Sistín, asesinado en Vilariñofrio junto a Fructuoso Manríque, Aquilino Sánchez y Eligio Nuñez Muñoz, el más joven de los cuatro y que tan solo seis años antes escribiera para él, en representación de los jóvenes “…en los que late con rapidez brutal, un anhelo de liberación ciudadana y un ansia de legalidad democrática. Vemos en tu luminosa trayectoria, política e intelectual un horizonte matizado de ideología, sana, viril, decorosa y de una ética perfecta. Obedeciendo con todo fervor a un imperativo de sinceridad proclamamos en ti al tipo genuino que preconiza Reclus”… …”De tu obra esperamos ejemplos brillantes, pautas a seguir. A ti incumbe darlas, a nosotros imitarlas. He aquí, el merecido tributo que, tomando por expresión estas pocas líneas, te satisface la juventud orensana.”[4], Amadeo López Bello, Antonio Caneda, Deogracias Carballo, Eduardo Villot Canal, los hermanos Emilio, Manuel y Ramón Fuentes Canal, Rafael Alonso Rodríguez, y tantos otros cuyas inmolaciones jalonaban como hitos el sinuoso itinerario de regreso. Nada que el viajero supiera entonces. El paisaje se desplazaba lentamente, a medida que el vehículo avanzaba: Montefurado, Freixido, antiguas minas, restos de olivos, negras cepas a ras de suelo, montañas enteras de bancales, placeres auríferos en espera de pacientes bateadores, miliarios rotos, entrevistos apenas entre zarzales; Larouco de nuevo con cunetas cortadas a pico y azadón, arrasadas después por gélidas lluvias y ventiscas de interminables inviernos, castaños sin hojas recortándose como osamentas negras sobre un cielo borroso y pálido; Trives, con blasones y sin la presencia entonces de Evaristo Correa Calderón, Marqués de Trives (perteneciente a esa clase de aristócratas de sólida formación y de veleidades vanguardistas antes del treinta, de bigote reaccionario y convencionales creaciones después del treinta y nueve, tan alejados de una Galicia verdadera, como cercanos a una imagen tópica y folklórica en la que los habitantes de su feudo forzosamente debían asumir la función que les correspondía: decorativos vasallos)[5], que años después allí moriría y desde donde partiría su extensa biblioteca, o tal vez no?; una última y pequeña llanura hacia Sás de Penelas, a la derecha el desvío de Alais y, finalmente el Castro de Caldelas, con su castillo desmesurado entre casas de pizarra y la pequeña plaza, donde Vicente Risco -negador de la civilización mediterránea y, por tanto, antítesis ética y estética del viajero- consulta estacionalmente el fondo de libros familiar y parte del propio: lo que no cabe ya en el piso de Santo Domingo, en Ourense.

Llega el autobús a la pequeña villa y el viajero desciende por fin con todos los paisajes que anida, sin más equipaje que su extrema delgadez. Y desde allí deberá ir a pie, -Piñeiroá, San Martiño, Pereiro, Casmartiño, Penedo- hasta el lugar de As Cortiñas, una desolada y ascendente extensión verde salpicada de robles desmochados a cotón y unas cuantas vacas. A la izquierda siempre, la imponente masa violácea de Drados, con su granito azul de apretado grano reverberando intenso, con nubes a girones y nieblas rasantes en una agonía inverniza de lluvia y fríos perpetuos, donde sus hermanas y su madre lo esperan.

Mario, su hermano más joven, de diez y siete años, tez morena y ojos claros (como Rocío y Áida, dos de sus hermanas), a quién desde París enviaba series enteras de postales para su colección, ya no estaba. Había perdido la vida en el frente de Teruel, al que lo obligaran su incipiente militancia izquierdista, su insultante juventud… Presentaba su cadáver un tiro en la espalda. Oficialmente había sido una bala perdida.   Antes de ir al frente, había compartido prisión en Ourense con Roberto Blanco Torres, -compañero de quién llega, tantas veladas en el diario El Pueblo Gallego-, primer gobernador republicano de Palencia, asesinado en compañía de Rizal Villamarín Iglesias y de Eulogio Vázquez, en A Corga da Videira, cerca de Portugal; también con otros compañeros que serían claudiados en otros puntos de la provincia, los más alejados, los de más difícil acceso, aunque igualmente en el mismo corazón de la ciudad, en San Francisco, se fusilaba. Esperaban con ansiedad todos ellos en esos días de incertidumbre, la llegada de las hermanas Mazas, tan jóvenes y bellas, que se arriesgaban tanto pasándoles noticias: La Waterkent no paraba de funcionar durante la noche con señales de emisoras internacionales; atentas también a la radio del vecino coronel Miramón, que se escuchaba desde el ventanuco de la cocina, siempre en diales contrarios a la causa nacional. A su hermano Armando no podrá verlo hasta que abandone la cueva en la que durante cuatro años permanecerá escondido y de la que solo sale, cotidianamente, amparándose en la verdadera noche. Fuera, tan solo el ulular del viento, las esquilas de las vacas en lejanos prados, los caminos embarrados y el débil resplandor de las linternas.

La ciudad de la luz quedaba lejos. Las horas en La Rotonde, en La Coupole, los paseos por el fbourg Saint Jacques, los cafés en “Le Select”, el American Bar del Boulevard de Montparnasse, donde dibujaba bodegones y señoritas con pequeñas trenzas, antes de las sesiones de desnudos en la Grande Chaumière junto a compañeros de los que nada sabemos; la tertulia con Unamuno, el posible contacto con Robert y Sonia Delaunay, con Buñuel, con el que compartía la vivísima descripción del baile de la condesa de Polignac, el deambular en horas muertas desde el 147 de la Rue Broca[6], por Saint Médard, hasta el Jardin des Plantes donde los cuadernitos se iban llenando de animales; los interminables paseos con Eugenio Montes, continuación de los iniciados en Ourense, (aunque por entonces ya desconfiaba ideológicamente de él: ¿Había ido directamente desde Estados Unidos a Alemania para ver a una novia polaca o a Augusto Assía?. Y tanto rodeo en el viaje de regreso ¿para qué?. ¿Tal vez el pretexto era lucir -accidente ferroviario por medio- los espectaculares zapatos de ante en todas las noticias de primera página en los periódicos alemanes?)[7]; los retazos de conversaciones escuchados en la galería de Paul Rosemberg o en la de Mme. Weil, en el 46 de la Rue Laffitte; ¿donde ubicar las previsibles conversaciones con Chirico o con Tristán Tzará, las tarjetas de Renzo Massarani, Jacobo Fidjmann o León Solá?, ¿dónde tendrían cabida?. Eran la estela de un sueño. También la pesadilla.

Setecientas cincuenta pesetas, en la primera estancia, en 1925[8], no daban para mucho. Un estudio costaba al mes 300 francos y el cambio no era favorable. La dificultad para instalarse en París era, pues, real, a pesar del alivio que suponía compartir estudio, aunque provisionalmente, con Cossío[9], y aún quedaba el coste de comer, los transportes, o la compra de material. Era amargo haber podido sentir cómo París se abría ante él, cómo era casi tangible todo aquello que tantas veces soñara en Ourense con Montes, todo lo que alimentara su espíritu. Apresurada, febrilmente, intentaba apurar, dibujando, departiendo, emborrachándose de modernidad, haciendo lo que puede, siendo consciente de estar recibiendo la primera derrota.

No era que lo matase la morriña. Se imponía regresar[10].

Sin embargo volvería, insistiría una vez más. El deseo de estar allí donde debía era muy fuerte. En la segunda estancia, la falta de dinero, la dificultad para comunicarse desde París para resolver ese problema perentorio –las cartas se perdían en Irún[11]-; sus fantasmas, las persecuciones de intelectuales y artistas que había observado -hasta allí iban a buscarlos, ni allí estaban seguros- por parte de fascistas italianos, las manifestaciones a favor de Sacco y Vancetti, hacen que se disturbe por completo en una recaída de “encrespada hiperestesia”[12] y, aunque la estancia es mucho más prolongada que la primera, acaba regresando. Lo describe Montes por entonces “respetado por aquellos a los que se respeta”[13]. Nada sabemos de cómo fueron los contactos con Cossío, con Bores, con Ucelay, con Peinado o con Pruna, o con cualquiera de los otros pintores con los que había tenido relación ya en España o en su anterior estancia parisina y que se habían quedado, ya desde entonces, allí y a los que un moderado éxito comenzara a sonreírles, que incluso mantenían amistad con Picasso[14].

También Madrid quedaba lejos… “…subo desde Cibeles, por Alcalá, hasta la librería de Schumacher, en Caballero de Gracia, allí encuentro algún libro deseadoLos Karamazof, Charmes, Ulysses, Malte Laurids Brigge- y voy a abrir sus páginas a Kutz, ante una taza imponderable de chocolate o –si estamos en primavera- una naranjada como jamás he vuelto a encontrar en parte alguna; finalmente me voy a la Comedia para escuchar un programa de cuartetos, o el estreno en Madrid del Retablo de Falla, o una serie de obras de Ravel dirigidas por el autor”[15]. Y esto, natural para un señorito de provincias que había ido a estudiar a Madrid, era algo imposible para Mazas, ya que su ascética pobreza de dandy lo impedía[16]. Carlos Gurméndez también lo conoció entonces y lo describe con palabras de Walter Benjamin, matizando entre la percepción que de él realizan los demás, como “el bohemio intelectual sin harapos”, o su autopercepción, de la que surge “el Dandy quien, al mirarse al espejo, fetichiza su yo y descubre en una alienación consciente: “je suis la chose”[17].

Durante los últimos años de la década del veinte, las sucesivas huidas de la áspera vida en Madrid -el intento de sobrevivir con publicaciones desde Galicia, el proyecto de Gaceta de Galicia junto con Johan Carballeira, los intentos por publicar viñetas en la prensa diaria- no cuajan y, después de ir y volver innumerables veces, en 1930 decide regresar a Galicia. Recibirá cartas de Guillermo Korn o de Aguado echándolo en falta, con recuerdos de Nóvoa Santos, de Prieto, de Eduardo Vicente. No saldrá de este marasmo hasta que vuelva de nuevo a Madrid con las Misiones Pedagógicas, para regresar definitivamente ahora ya finalizada la guerra, vencido y cansado, superado por todo el horror dejado atrás.

Llegaba a sus lugares, donde antes se había sentido prisionero y donde la realidad de acero de 1940 se instalara en medio del silencio o la cobardía, de la dureza del trabajo de siempre. Allí vivían niños que jamás preguntarían, cuyos sueños apenas eran turbados por el vago recuerdo de un terror inconcreto, que veinte años después emigrarían a otras realidades sin posibilidad de reintegrar a la veracidad todas aquellas vidas truncadas de uno u otro modo y que en parte hubiesen explicado su éxodo, o tal vez no. ¿Quién puede saberlo?.

Desde la galería de la casa de sus abuelos, interminables horas entornando los ojos hacia un paisaje difuso entre “la sombra del aire en la hierba”[18] y la niebla, podía ver sus personajes, temblorosas criaturas que, desde el tiempo o desde un recuerdo ambivalente, lo llamaban: la alcaldesa, las pancomias, en una enfebrecida transferencia erótica (quizás mereciese la pena ser detenido por la guardia civil de ser el número una mujer); la alguacilera, don Juan Pantelas, la jueza, el caveau des ouvliés rouges, Petrus Lodus, el grupo Pentalfa, Mr. Roth, Lady Hélene o el Doctor Neobio… Pero sabía ya, que aquel no era su tiempo, que la cegadora luz de su ingenio, casi pasada la juventud y con una larguísima postguerra, jamás volvería; jamás volverían los antiguos amigos, si es que alguno quedaba vivo, si es que alguno alentaba ideológicamente. De haber acontecido la guerra de otro modo, sobrevivir no hubiese sido tan difícil, o tal vez sí, quién sabe. Tampoco en Hora de España había tenido cabida al igual que otros compañeros, y, de instalarse la otra realidad, hubiese sido tan exclusiva, como lo era la presente.

Atareaba “el lento compás del tiempo del día y de la noche”[19] con recuerdos felices muy anteriores: Conchita Vicente, su primer amor, con quince años; Pacucha Montes[20] “timándose” con él frente a la catedral, desde la terraza de Juan de Austria; Margarita Xirgú citándolo al lado de la estatua del ángel caído en el retiro, lejos de la influencia de Rivas Cherif que le impedía verlo. Angelines Astorga, que iba a visitarlo desde Ourense, o la bella aristócrata, hija del Conde de Fuentes.

Fichas de información militar, el único soporte que podía conseguir para dibujar, con notas sobre elementos de izquierda, presuntos subversivos; papel de barba -con marca de agua y timbre del estado- obtenido posiblemente a través de los jueces amigos (hemos conseguido tu liberación, ahora te embarcamos, con la maleta, el dinero que ha enviado tu padre y lo puesto, y un montón de papeles y un lápiz, para que te entretengas, para que, de paso, vayas haciendo las ilustraciones para un librito de poesías-). No son pago suficiente los retratos; en los primeros veinte podías permitirte las ironías, las bromas a Valle Inclán (llamar a todos los barberos de Ourense para que lo afeitasen), el dandismo y la sátira mordaz a los mediócres: “Huesos a un perro hidrófobo”[21]. Ahora era el tiempo de los funcionarios, de los jueces- poetas que pedían un poco de gracia y de ingenio para acompañar tristes creaciones.

Dos pinceles con escaso pelo, una gubia , papel -el referido-, restos de tubos de óleo, dos o tres minúsculos frasquitos de barníz para cuadros, dos botellitas de disolvente. Y, sobre todo, la auténtica crudeza real de Pedrouzos, en la ladera de Drados. ¿Qué forma o semilla podría sembrar?, ¿qué obra podría salir de ahí?, ¿de qué otro modo podría haber sido todo si hubiese aceptado salir de España?. Se lo habían ofrecido en Valencia. El futuro no era alentador en cualquier otra parte. ¿A dónde ir?, ¿a Argentina, donde el lobby galleguísta lo esperaba “con los brazos abiertos”?, ¿a Francia, donde no había sido capaz de sobrevivir en época de paz, y ahora ya en la antesala de una nueva Guerra Mundial?, ¿a Santo Domingo, para correr la suerte de Almoina o de Granell?, ¿a Tánger, junto a Juli Ramis?. Enfrentarse a la adversidad, cuando albergaba la adversidad dentro de sí. La seguridad familiar representaba, después de la debácle, la derrota conocida de los viajes a París. Debería haber sabido adaptarse, realizar una obra tópica, como la de Castro Gil o Prieto Nespereira, ideal para calmar la saudade de toda la emigración, desde Chubut hasta New York; o, mediados los cuarenta, exponer obra, de contenido plástico o político convenientemente neutralizado, en todos los casinos y obtener así su trozo de tarta. Pero los acontecimientos habían sido, -eran- tan dolorosos y estaba tan poco preparado para la vida, que era incapaz de autotraición.

Convivía Mazas con los habitantes de las cuatro casas del lugar, con un hermano oculto, con las patrullas que lo buscaban, con sus hermanas, con el recuerdo de la comuna vegetariana de Valencia, donde la utopía se había vislumbrado, con la luz del mediterráneo prendida en las claras pupilas, herida su alma por la extrema pureza de quien se había hermanado con otros seres de alimentación incruenta, compasión y entrega. Su manera de vestir y de hablar lo delataba; los vecinos desconfiaban. Que pretendiese explicarles la bondad de una alimentación vegetariana, acostumbrados como estaban al tocino, a la grasa, para poder resistir las durísimas condiciones de trabajo en un medio hostil, hacía que le tuvieran por loco. Realmente lo era. A pesar de ello, y del cansancio, del miedo vivido, se ocupaba de anotar, a lápiz, en letra diminuta lo que día a día constataba: las gentes viviendo como animales. “Una guerra civil en una colmena. La simple vida de los insectos. La vida simple de los animales, de los ganados de los campesinos” “Las gentes apenas tienen edad mental y de ahí el desorden aparente del mundo ya que para su desarrollo y circunstancias animales apenas precisan de esta facultad. I cuenta que su vida animal es todo, inclusión hecha de aquellas consecuencias artesanas inherentes a sus necesidades mínimas, al rigor del tiempo, a su lucha por la existencia. De ahí que no precisen de esta hermosa facultad. Una vez creadas estas circunstancias, surgen las circunstancias nacionales, de defensa animal colectiva, de las naciones, vitalidad organizada en estos propios instintos. Los instintos se acomodan a esta nueva circunstancia y en ella se recrean. No hay pues, edad mental histórica, sino animal. Las abejas y las hormigas. Ciencia y experiencia. Edad mental y edad animal o de utilización. Edad mental o físico matemática”. Asociaba ideas: “Maquiavelo, Pedro Fernández de Castro, Poincaré y el espacio psicológico. Sistema Taylor”[22]. No consideraba los escritos de Fabre como mera entomología sino como intentos por desentrañar el misterio de las relaciones entre los hombres. La trascendencia siempre olvidada, la necesidad ontológico-metafísica. ¿Cuánto tiempo podría mantener el interés por cuestiones que no harían más que complicarlo?. Una vez más, lo particular y lo general, la observación de la realidad y, a través del pensamiento, de la experiencia filosófica e histórica, su trascendencia inmediata. ¿No había sido escarmiento suficiente lo que pasara, lo que había observado en el viaje de regreso? . Era preciso apartar todo aquello para volver a construirse, para no negarse. Sumergirse de nuevo en la absoluta idealidad reparadora.

Soñaba la casa, refugio, término seguro. Influencia oriental, incluso en los retratos que de algunas niñas aldeanas había realizado, como destacó Valente con gran penetración cuando los vió[23]. Diseño de ornamentos de interior, lámparas, muebles, cortinas, sujeta-libros. Proyectos empresariales para sobrevivir, de una ineficacia acorde a la imposibilidad de enfrentar la vida desde donde se estaba planteando. Empresa de gallinas ponedoras, racionalización de la producción, diseño de comederos, de establos, una imagen de marca. Eslóganes, propaganda. El nombre de la empresa curiosamente profético: LARSA, S.A.; también la actividad. Debía de estar en los estros. Producción de huevos. Coren. Uteco. Intuía el futuro, también el Pop retratando a Sebastián Martínez Risco. En el exterior, la costumbre y la sumisión, la religión asumida como elemento “estructurador”, alienador en lo social, omnipresente, dominador de vidas esclavizadas, tan eficaz en la postguerra. Cándido en su papel de arrepentido. Aquellas pantomimas durante la misa, aquellos aspavientos contrictivos también lo delataban, pero ¿dónde estaba ya su lugar?. La razón, un total desvarío.

Con dificultad, con gran dificultad, se ha ido recuperando el recuerdo del pintor. Aquellos que lo conocieron no guardaban memoria agradable de quién había sido. Fernández Armesto, al que dedica uno de los seis poemas que escribió, es uno de los que puede responder de su actuación y residencia en la ficha de clasificación en Denia, dice -en una entrevista reciente-[24] saber quién era, pero niega su relación con él. Sin embargo, no era Mazas persona con quien se intimase fácilmente, tanto como para que dedicase un poema o regalase un dibujo. Bal y Gay, que hizo una de las críticas a Santa Margorí, puede, en1964, recordar con precisión la figura de “Don Ramón” Otero Pedrayo, también a amigos anteriores a la guerra civil, como a Eiroa o Maside, pero no a Mazas. Dieste lo recupera tan tardiamente como en 1981, a raíz de la presentación del libro de Gurméndez. En realidad, tampoco habría sido fácil recobrarlo en el inicio de las normalizaciones , al final del Franquismo, cuando todo el mundo militaba y exhibía una sabiduría y corrección política, más allá de las exclusiones de entonces y de los pactos de poder que ahora, veinte años después, se observan en esas excelsas criaturas sin mácula. En el colofón a la edición de Nós, en 1972, aparece un listado de mártires incluyendo a los colaboradores de la revista que habían sido asesinados en los primeros años del franquismo, y en el que no aparece Luis Huici. Pero, si ya en el momento inmediatamente posterior a la contienda convenía la prudencia, y no la evocación de determinadas amistades y recuerdos, ¿qué necesidad habría de – ya mucho después- recuperar a Mazas o a alguno de ellos?. Con la normalización democrática y con algunos de los protagonistas de todo aquello todavía vivos, no era oportuno, bien para evitar el tener que situar con claridad a cada cual donde le correspondía, solapando equivocaciones o vilezas propias, bien porque, a fin de cuentas, era conveniente escribir la historia con la veracidad de quien la relataba.

En los primeros veinte, en Ourense, es Eugenio Montes para Mazas el exclusivo estímulo intelectual, aunque transcurrido el tiempo, a éste no le resulte oportuno rememorar, reconstruir lo que había sido, con quién se había relacionado, sino simplemente vivir, vivir bien, con elegancia, hacer lo que fuera necesario para conseguirlo, matar los fantasmas del pasado. Convaleciente Montes largo tiempo de una enfermedad que requería reposo, era Mazas quién le acompañaba, hablando, divagando, intercambiando lecturas, soñando lo que después ambos pudieron realizar, al menos en parte, durante su estancia en París. El propio Montes lo expresa en el poema que a él dedica: “máis tí i- eu xa fumamos do Lucky Strike do Sena/ i –hay que darlle a Esculapio un chapeu de cow boy”[25]. Es poco probable que hubiera relación intelectual con otros personajes que, como Eduardo Blanco Amor, reclaman una cercanía que posiblemente no se daba[26]. Sorprende que Blanco Amor dedique autógrafamente a Mazas un folleto, reproduciendo una conferencia pronunciada en la Asociación de Amigos de Buenos Aires, sobre una exposición de aguafuertes de Julio Prieto Nespereira, y donde podemos encontrar expresiones de rutilante modernidad y profundo conocimiento del arte y la vanguardia, tales como: “Destaquemos, ya para terminar, en nuestro artista, su excelente criterio decorativo ”, o bien “Ahí está Monforte de Lemos, ceñudo hidalgo y señorial, dando cuenta de su pasado fino y prócer; ahí está el Berbés, abigarrado y nervioso barrio pesquero de Vigo… …Y Orense, hidalgo y místico, donde las casas están signadas de escudos de armas y llega el sol a las calles enlosadas de granito, después de irisaciones y tamizados suaves”…[27]

Nada era Nespereira en ámbitos de búsqueda e investigación artística. Sí lo era en el Ourense de entonces: con calle dedicada, por los mismos méritos y motivos que, tristemente y en detrimento de otros, -que como Mazas, o Méndez están olvidados o relegados-, acredita hoy. ¿Qué pensarían Huici, Mazas, Montes, Francisco Miguel, Jacinto Santiago, Paszckiewicz, Astorga Anta, Antonio Hermida-Cachalvite y el resto de todo ello?

Asusta su capacidad para compaginar lo que fue el grueso de su obra durante el franquismo –lo que significó como artista oficial con cargos y embajador cultural del régimen- con sus puntuales colaboraciones en Alfar o en Nós, de discutible valor y evidente oportunísmo plástico, aunque de un muy evidente otro matiz y contenido estético. Para otros, sobre cuyas obras en momentos de peligro real se pasó muy por encima, pertenecer a la vanguardia o colaborar donde también Prieto lo había hecho, significó la muerte. Claro que llegada la democracia se ha reclamado legitimación curricular para ellos por aquellos que durante la gran época de sequía, fueron paladines del oficialismo y negadores de una reivindicación plástica e histórica plena.

No ha supuesto empacho al galleguismo canónico reconocer a Nespereira como artista propio dado lo obvio de su producción, pero tampoco le ha supuesto empacho alguno reclamarlo como suyo a pesar de los firmes lazos que lo tenían atado al régimen del dictador y sobre los que se sostuvo durante mucho tiempo.

El grupo de Mazas, Montes, Huici, Miguel, Mezquita, Anta, Granell, Delaunay, Paszkievicz, tenía –tiene- una mayor trascendencia y calado intelectual -aún cuando no se estructuraran en grupo, ni dispusieran de aparato propagandístico alguno- que el pequeño y reducido mundo de lo gallego, aglutinado por entonces en torno a Nós, y con un posicionamiento de reconstrucción de la identidad nacional que nada, plásticamente, tenía que ver con postulados que o bien eran tomados muy en broma, -Vicente Risco-[28] o eran rechazados directamente –Castelao-[29] o ni siquiera se tenía conocimiento de ellos o parecía no tenerse, que es lo mismo: Otero Pedrayo[30], aún cuando se estaban produciendo en la más cercana realidad geográfica.

El grupo de Mazas, de Montes a pesar de contactos y colaboraciones esporádicas en medios como Nós, hablaba sencillamente otro lenguaje. Vivían en otro ámbito estético, en otras políticas, en otras identidades metafísicas.

Sorprende pues, no sólo que Blanco Amor se dedicase a hablar de arte, sino que pretendiese hacer pasar como arte puntualmente contemporáneo la obra de Prieto Nespereira, pero el colmo es que dedicara dicha conferencia a Cándido Fernández Mazas, sabiendo de su posicionamiento estético y de lo que pensaba de Nespereira y de su obra; pero al fin, el Dichi era el Dichi en todo lo relativo a arte, a contemporaneidad, a vanguardia; o por el contrario ¿había una intención como de decir?: mira chaval, lo tuyo no es, estáis equivocados tu y todos tus amigos, esto si que es, es lo más: ¡aprende!. Y de zaherir.

Tres años después, en plena campaña sobre el Estatuto de Autonomía Blanco Amor lo consideraría el nuevo Dn. Juan de la Coba[31].

Tampoco habían tenido nada que ver con la vanguardia -salvo en la forma-, a pesar de la actual aquiescencia general, Manuel Antonio ni los firmantes del Manifiesto Mais Alá, -basta con leerlo-, sino todo lo contrario[32].

Los tímidos intentos que Risco habría realizado en torno al Ultraísmo, donde difícilmente podría sentirse cómodo, -compárense los escritos de Mazas, de Montes, de Francisco Miguel, de Huici, de Jacinto Santiago, de Nuñez, con los que de Risco aparecen en Mitteleuropa (a pesar de que siempre fue tenido como un conaisseur, a pesar de que fue el inspirador de buena parte de la realidad plástica que padece Galicia en la actualidad)-; o con los que de Castelao aparecen en el diario de 1921, para darnos cuenta de cual era la verdadera realidad intelectual, de cual era la justa y cabal apreciación del arte. En artículos recientes sobre la “generación del 25” -en un intento de asimilar al ámbito Gallego a personajes tan dispares ideológica ( y por lo tanto estéticamente) entre sí como Mazas, Manuel Antonio, etc, o ligados entre sí, por sensibilidad o colaboración intelectual, como Otero Espasandín-, nos encontramos con que de nuevo se propone la melánge, como si todos hubiesen pertenecido a la misma hornada generatríz[33].

Lo que hoy vamos recogiendo de sus huellas es fundamentalmente plástico. García Luengo –de los pocos protagonistas de entonces todavía vivo-, entrevistado en Madrid en el otoño de 1999, en una cafetería de la calle Ibiza, se sorprende al saberlo; pues, al igual que Torrente Ballester, lo desconoce como pintor o dibujante, lo recuerda como hombre de teatro.

Los últimos meses, apenas otro incentivo que la joven compañía de Áida y Rocío, a quienes “examinaba” de Balzac. Había realizado unos pequeños retratos en acuarela de algunas niñas del lugar. No había querido bajar a Ourense más que una vez para ir al dentista, y a nadie había querido ver. Tampoco quedaban muchos de los antiguos amigos. Juan Astorga en Madrid, pero por poco tiempo, enseguida se marcharía a Venezuela, Juan Rodríguez Dever estaba ya oculto en Valencia con otra identidad, los demás habían sido claudiados, tan solo quedaba Luis Madriñán quien, a pesar de haber participado en la aventura de Akademos d’ Ourens, y en el homenaje en el Hotel Miño a propósito de la publicación de Santa Margorí, y de haber sido retratado maravillosamente por Mazas para Arelas Írtas; jamás volvió a tener recuerdo para él mientras vivió, mediocre, miserablemente, arrastrando los recuerdos.

Rehuía las excursiones por la sierra, en las que el cura don Eduardito llevaba el liderazgo, o a la ermita de Camba. Provenía la desgana de la falta de un compañero capaz, y Armando, -destrozado siempre por su dialéctica implacable y certera-, aunque fiel, no podía salir de su escondrijo.

La Abeleda lejos, inalcanzable, en aquel desierto de estímulos. Caneda, el hombre bueno que salvaba vidas y haciendas, con préstamos imposibles, ante la desesperación de quién nada podía hacer con la palabra ni con los hechos. La ignorancia, la sumisión habitaba la tierra.

He estado en Penedo hace unos días. Drados, imponente, como entonces. Niebla, frío, persistente lluvia. El cementerio parroquial, arruinado, como tantos. Perennes flores de plástico, para ocasionales muertos, botes de lejía y suavizante, con formas ergonómicas, abandonados sobre el lecho de piedra en que descansa el viajero. El granito igual a si mismo, telúrico, eterno. Limo de lluvia, recientes musgos, cristales rotos del inestable búcaro de flores que el viento destrozó, peligroso para manos piadosas que intenten arrancar las zarzas o la maleza que inevitable germina. Ausencia de un nuevo cacique con influencia en la Diputación. Rutina, ignorancia, desgana, embrutecimiento de gentes a las que hace tiempo llegó la televisión. Territorio desestructurado. Recursos pobres que se manejan arbitrarios, conforman el nuevo horizonte: un orden moral prostituido bajo el que yace, sepulto, lo que luminoso y limpio alguna vez aconteció, lo que, feraz, daba sentido a la tierra.

La casa no tiene tejado. Armando lo hizo sacar hace unos años. Decidió que la ruina se fuese apoderando de ella, pues del paisaje recordado no quedaban ni los pequeños bosques referentes, que se talaron por codicia. Hoy poco más que algunos trozos de mural sobre cal pobre, algunos frascos rotos de barniz o disolvente en una estantería podrida por años y años de innumerables lluvias. El pillaje hizo el resto. Dentro de poco, por decisión de Áida, hasta los sillares serán removidos, para que entre las casas circundantes, contaminadas por ladrillo y aluminio, quede solo la ausencia de quién habitó una morada inexistente en una época improbable.

Ourense, diciembre 2000, mayo  2001

[1] Eusebio García Luengo. Recuerdo de un malogrado. Arriba, Madrid 13 de marzo de 1966

[2] op. Cit.

[3] Francisco Paradela Nuñez. Trabajador de Banca. Asesinado en Larouco en 1936. Hombre cordial. Habiéndo sido avisado de que su vida corría peligro, lo tomó a broma, como a broma fue tomado el Alzamiento Nacional por muchas personas, en los primeros meses de la insurrección. La mayor parte de quienes se nombran, y que fueron paseados, pertenecían al magisterio español. Eran republicanos de distinta filiación. A no ser que se indique, no se exlplicarán sus biografías, cabe sin embargo señalar que todas ellas están contenidas en el libro”Política y Pedagogía” de Armando Fernández Mazas, que podríamos considerar una biografía profesional y sentimental. Muchas personas fueron ejecutadas en Orense desde 1936 a 1939. Una visión general de lo que sucedió en Galicia entonces, lo refleja maravillosamente Maruja Mallo en un escrito titulado “Alameda de la muerte”, e incluido íntegramente en el libro de Ana Rodríguez Fisher “Objetos extraviados”. Femenino Lumen, Barcelona 1995. Reseñar igualmente que, el gran trabajo recopilatorio sobre los muertos del 36 al 39 en Ourense, lo estaba realizando Cuca Tovar, y quedó a medio esbozar y desde luego inédito por haber fallecido, no sin haber encontrado muchos avatares y dificultades, inclusive con un pleito por obstrucción que costó arresto domiciliario e inhabilitación a un alcalde del P.P.

[4] Eligio Nuñez. Nuestra Juventud. A Fernández Mazas. La Zarpa, Orense 12 de julio de 1930.

[5] Evaristo Correa Calderón. Índice de utopías gallegas. “La noche Céltica”.

[6] .- En este año 2001, no existe nº 147 de la Rue Broca. La numeración acaba mucho antes. Según alguna gente mayor del barrio a la que se le preguntó la Rue Broca nunca tuvo mayor longitud que la que tiene. Optamos por fotografiar el nº 47.

[7] Maribel Outeiriño. “Orense cuna de Dandys insignes y abundantes”. Contiene una entrevista a Augusto Assía. La Región, Orense 23 de febrero de 1992. Respecto a la desconfianza que le inspiraba Montes, u otros como él puede deducirse de los comentarios contenidos en un artículo del propio Mazas titulado “Lo menos que se puede hacer” publicado en el diario “La República” de Orense el 4 de mayo de 1930: “Ahí; en los cafés de mi pueblo estábamos rodeados de cazadores furtivos y no de policías. “Ni a mi ni a nadie nos asombraban los policías: cumplían con su obligación. Los que nos dolían eran los otros, los menopáusicos pescadores de río revuelto, los que con la sonrisa de la amistad venían hasta nosotros para justificar ante el Poncio sus mendrugos de espiones, para vivir con los dineros recibidos de las letrinas”… …”Y por lo que respecta a crueles, que nos lo digan a los que sufrimos persecución, bajo el poder del difunto, en París. ¡Eran como caimanes, los muy canallas! Los había de todas las profesiones: Catedráticos de filosofía… etc, militares, cónsules, literatos, pintores, escultores, dibujantes, periodistas, carteristas, etc, etc. Yo he conocido a alguno que por dos pesetas le vendería la piel de su madre a un fabricante de petacas”.

[8] Libro de Actas de la Comisión Provincial, pág. 137 a 138, 16 de diciembre de 1924. Habría que hacer notar la diferencia económica que estipendiaba la Diputación Provincial de Pontevedra para sus artistas en aquel momento. Hay mucha diferencia de setecientas cincuenta pesetas a tres mil. Y es que a pesar de la proverbial generosidad de la Diputación Ourensana, siempre fue en realidad bastante miserable. Hoy mucho más pues ni siquiera se otorgan becas o se desconoce que se otorguen.

[9] Carta de Pancho Cossío a Bores de abril de 1925, en la que también hay un saludo manuscrito de Mazas a Bores. “Francisco Bores. El Ultraísmo y el ambiente literario madrileño 1921- 1925” Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 1999.

[10] Carta de Pancho Cossío a Bores de julio de 1925 “Francisco Bores. El Ultraísmo y el ambiente literario madrileño 1921- 1925” Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Madrid, 1999.

[11] Carta de Cándido Fernández Mazas a su familia. París 1927. Fecha sin precisar.

[12] Artículo suelto. Sístole y Diástole. Epístola a Madame Retórica”Manuscrito inédito.

[13] .- “París de esguello”. Eugenio Montes. Diario La Zarpa, 20 de julio de 1927.

[14].- Ver el artículo“Entre París y Vallecas (Notas sobre el arte Español de los años veinte)” de Juan Manuel Bonet. Índice – 529. Enero de 1991.

[15].- “La dulzura de vivir”. Jesús Bal y Gay. Alejandro Finisterre editor. México 1964.

[16].- Eusebio García Luengo. op. cit.

[17] .-“Homenaje póstumo”. Artículo inédito sobre Armando Fernández Mazas. Carlos Gurméndez. Madrid 1996. Maribel Outeiriño. Op. Cit. Del artículo puede deducirse la relación entre estos tres personajes: Mazas, Assía y Montes.

[18].- “Sombra do aire na herba”. Título de un libro de poemas de Luis Pimentel.

[19] .- Verso de José Ángel Valente.

[20] .- Prima de Eugenio Montes. Existe una fotografía dedicada a Cándido Fernández Mazas.

[21] .- Cándido Fernández Mazas. “Huesos a un perro hidrófobo”. Con linóleum ilustrándolo. Respuesta a un artículo de Felipe Pedreira. Ourense, La Zarpa

[22].- Cándido Fernández Mazas. “La Mecánica Humana”. Notas manuscritas. Penedo 1939-1942.

[23] .- El día 4 de abril de 2000 en la “Pecera” del Círculo de Bellas Artes en Madrid.

[24] .- Entrevista de J.M. Bouzas a Augusto Assía en Xanceda, 8 de Junio de 1999. Existe filmación en video.

[25] .- Eugenio Montes. GOOD-BYE GALICIA “Versos a tres cas o neto” A Cruña, Nós, 1930.

[26] .- José Luis López Cid siempre mantuvo que Montes era Amadeo, el personaje central de La Catedral y el Niño, de donde podemos deducir por tanto un amor platónico e ideal de Blanco Amor hacia él; pero precisamente por ello, lejano, distante e inalcanzable.

[27] La Nueva Emoción Gallega. Eduardo Blanco Amor. Buenos Aires, 1928.

[28] “6º.- Eu non son partidario de ningunha d’ estas escolas. Fago poemas d’ estos “pour l’ Espagne et le Maroc” e mándoos â revista Grecia porque son amigo do direitor, Isaac del Vando Villar, un rapaz andaluz, de raza xudía, que non entende nada d’ esto, seno n que se dedica a compra – venta d’ antiguedades…”Manuel Antonio. Correspondencia. Edit. Galaxia, Vigo, 1979. Págs. 201-202. No lo tomó tan en broma, muchos años después mediados los cincuenta, cuando se apresura a realizar una crítica a una exposición Madrileña de Saura desde Ourense. Como un escolar que hubiese hecho los deberes, envía el recorte del periódico provinciano que, de no enviarlo el esforzado crítico, jamás llegaría a manos del novel pintor. Igualmente en su afán por acercarse al surrealismo a través de Cirlot, también en los cincuenta, cuando todo aquello ya lo habían vivido Montes y Mazas en los veinte y treinta, pero Risco de aquellas estaba muy preocupado con otras especulaciones. Hay que hacer notar que Risco guardaba celosamente algunos dibujos de Mazas, que todavía hoy se encuentran entre los papeles del legado, depositados en su fundación.

[29] No hace falta más que leer el tan cuidadosamente vadeado por los críticos, “Diario de 1921”.

[30] Otero jamás se preocupó por la estética o la plástica, -como no fuese la decimonónica- tampoco aparece en el inquérito a los pintores y críticos gallegos publicado por Galaxia en 1951, por lo que podemos afirmar que tampoco se le tenía en cuenta como crítico. Es de reseñar no obstante su ¿ensayo?, sobre Julio Prieto Nespereira publicado en 1970 (Editora Nacional, Madrid)

Aunque Julio Prieto no pasó de ser un mero pintor costumbrista, Otero lo presenta como artista total, buscando afanoso “En sus terminos amargos como en sus gozosos epinicios” so pena de quedar “al borde de un riesgo lamentable y nada heroico: el del engaño de la teatralidad superficial, del tópico envarado y complaciente”. El que dicta a ciertos organismos sin duda oficiales esos letreritos de “vista pintoresca” y otras concesiones a la vanidad satisfecha y moralizante”op. cit. Qué capacidad de penetración y de síntesis manifiesta el buen Otero, si lo quisiera hacer mejor no podría.

[31].- Personaje del Ourense de principio de siglo. Agrimensor y escritor. Inventor del idioma “Trampitán” en el que compuso muchas de sus obras y que Torrente Ballester recoge en la Saga fuga de J.B. José Ángel Valente traza una semblanza suya en “Variación sobre el ángel”. La suya era una locura genial a su manera, igual que la de Mazas, aunque la carga peyorativa del comentario de Blanco Amor pretendía ocultar la lucidez de determinados posicionamientos o análisis políticos. La trifulca suscitada a raíz de la campaña por el estatuto en el teatro Losada en Ourense, se saldó con pelea incluída. Durante los días siguientes, y ante el acoso de los galleguistas, Mazas se vió obligado a editar y distribuir un pasquín para defenderse, titulado “Mientras la caravana pasa”.

[32] .- Puede consultarse al respecto la correspondencia entre Castelao y Manuel Antonio, donde toda aproximación a la Vanguardia por parte de los autores del “Manifesto” queda cuestionada por los auténticamente pertenecientes a ella. Solamente los refrenda Castelao, que como puede deducirse del ya reseñado “Diario de 1921”, no mostraba precisamente un radar muy fino en cuestiones de estética. Puede consultarse todo esto, aparte de en “Manuel Antonio. Correspondencia”, Galaxia, Vigo, 1979, en el libro ”ARTE Y NACIONALISMO” de X.Antón Castro. Edicións do Castro, Sada, 1992,en su apéndice documental.

Lo de considerar a Valle Inclán “un pollo bien de Madrid” no deja de sorprender -a tenor de las recientes lecturas pías y adoraciones nocturnas, de los que reivindican el “Manifiesto mais Alá” como piedra fundacional de lo más In de lo Plus de la Genuina Avangarda Galega, junto al Rock Bravú-, y tengan tanto interés en que Valle se represente en Gallego, cuando el propio autor al respecto fue bastante claro.

[33].- “Sementeira de Ronseis”. –Unha xeneración na vangarda- Teresa López. Espiral Maior. Poesía. A Coruña 2000. Pág. 9 a 43.

Publicado en Cándido  Fernández Mazas. Vanguardia, militancia y olvido. Círculo de Bellas Artes/Fundación Caixa Galicia. Santiago de Compostela, abril de 2002.

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